Escasez de Líderes y Necesidad de Héroes




Es curioso que, en los diversos foros en los que nos ha tocado compartir nuestras ideas y teorías sobre la esencia, los modos y los retos del liderazgo, surja de manera recurrente una pregunta: ¿por qué ya no hay líderes? Responder a semejante pregunta requiere de algunas precisiones. La antropología dominante parece proponer un ser humano privado de la capacidad de adquirir conciencia de sí mismo y de lo que le rodea, que se muestra apático para construirse una sólida conciencia moral que le oriente en un mar de confusiones y, en consecuencia, incapaz de tomar decisiones responsables. Hoy por hoy, vivimos en un mundo donde la mayoría de la humanidad ha optado por la comodidad, el relativismo, el consumismo y el hedonismo como modelos, no de vida, sino de supervivencia.

En este sentido, varios autores contemporáneos, como Fromm, Heidegger, Ortega y Gasset y más recientemente Guilles Lipovetsky, Fernando Savater, Enrique Rojas y Ricardo Yepes Stork, desentrañan y analizan el fenómeno de la posmodernidad para entenderlo y enfrentarlo de la mejor manera posible. Los mencionados filósofos, psicólogos y pensadores explican que, en la actualidad, el ser humano ha olvidado el estilo analítico, reflexivo y crítico, que en términos intelectuales es lo que permite crecer, ampliar horizontes y transformar el entorno. En el mundo en que vivimos, señala Yepes Stork, la razón ha sido desbancada por las imágenes y, como consecuencia de ello, los seres humanos han perdido todo gusto y habilidad por la inteligencia y el intercambio de ideas. ¿Por qué? Porque pensar implica esfuerzo, trabajo y compromiso, valores que parecen estar pasados de moda. En las escuelas son cada vez más los alumnos que pierden interés por lo teórico y lo abstracto y prefieren la comodidad de lo práctico e inmediato.


Estamos siendo víctimas de un pragmatismo galopante que renuncia a enfrentar el reto de pensar, de manifestarse con fundamentos sólidos, de comprometerse con las convicciones personales, en donde el relativismo (la postura que invita a que cada quien decida qué es bueno y qué es malo) se asume como una manera de respeto al pensamiento de los demás. A un número cada vez mayor de personas le molesta las complicaciones que implica el pensamiento analítico. Lo superficial y epidérmico es la regla de nuestros tiempos. La vorágine (ó corriente) materialista, producto del triunfo del capitalismo, históricamente representado por la caída del Muro de Berlín en el año 1989 y el desmembramiento de la Unión Soviética, ha agudizado y enaltecido la visión de valorar y adorar sólo aquello que se puede cuantificar en dinero.

Por desgracia, el conocimiento no se ha salvado de esta desvalorización. ¿Cuáles han sido los instrumentos promotores de semejante modelo? Sin duda podemos afirmar que los medios masivos de comunicación. Y aclaramos, no porque de suyo sean malos, sino porque en no pocas ocasiones han sido utilizados de modo inmoral como instrumento de gobiernos y empresarios sin escrúpulos que no han dudado en aprovechar su impacto en beneficio de intereses mezquinos y superficiales, manipulando así la conciencia del público consumidor. Como señala Alfonso Siliceo: "Ya muy cerca del siglo XXI, nuestro mundo está especialmente convulsionado, el futuro para nadie es claro, la carrera armamentista se incrementa, la pobreza y el hambre aniquilan a diario a miles de seres humanos, sobre todo a niños inocentes, las pruebas nucleares no encuentran un alto, el desempleo también se incrementa, las manifestaciones artísticas, principalmente de los jóvenes, más que cultivar el espíritu y responder a la estética, deterioran el gusto y los valores.

Los medios de comunicación manipulan, empobrecen y envilecen a la sociedad, formando sociedades saturadas e individuos vacíos." Los medios audiovisuales tienen la capacidad de "diseñar" a las personas, sus valores, actitudes, conductas y reacciones, lo cual nos estremece de sólo imaginar lo que le pasará al género humano si no encontramos la manera de revertir cuanto antes semejante fenómeno. En este orden de ideas se ha hablado del efecto feedback (retroalimentación) que existe entre los medios y la sociedad, en el sentido de que los medios están integrados por miembros de la sociedad, y ésta se va modelando de acuerdo con los valores que los medios le proponen, o más bien, le imponen con sutileza. ¿Qué han hecho los medios audiovisuales ante nuestra incapacidad de filtrar sus contenidos y propuestas? Han influido en nosotros de tal manera que nos han enfermado de pasividad, hartazgo y apatía.

Las propuestas de vida virtual proliferan cada vez más entre nosotros. Internet y la posibilidad que nos ofrece de chatear, representan sin duda uno de los más grandes beneficios recientes, pero llevan aparejada la posibilidad real de despersonalizar la comunicación entre los seres humanos, alejando a unos de otros. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la comunicación entre los seres humanos ha crecido exponencialmente en cantidad, pero en el mismo sentido parece decrecer en calidad. Un ejemplo de las ideas antes mencionadas lo ofrece la historia de un joven de preparatoria que, aprovechando la invitación de uno de sus maestros, decidió establecer contacto con él vía correo electrónico. Este alumno casi a diario compartía con su maestro sus más hondas penas, dolores, expectativas, planes y sueños existenciales, abriéndose a la posibilidad de escuchar consejos y recibir retroalimentación por parte de su profesor. Sin embargo, cada vez que se encontraban en el pasillo que conducía al salón de clases, aquel joven era incapaz de mirar a los ojos al hombre a quien había abierto su corazón por medio de la comunicación electrónica, ya no digamos para intercambiar algunas palabras con él, sino tan sólo para contestarle el saludo. Qué ironía y qué tragedia: el hombre y la mujer posmodernos pueden presumir haber creado los adelantos más significativos en tecnología de la comunicación, sin embargo, paradójicamente, son los que menos han experimentado el sentido más profundo del concepto comunicar, que significa "compartir el don", es decir, compartir lo que tenemos o hemos recibido. Si hay algo que el hombre de nuestros días no hace es, precisamente, compartir; más bien busca rehuir todo contacto humano creando para ello todo tipo de evasores, paliativos y sustitutos.

En nuestros días, escuchamos con frecuencia comentarios que exaltan las bondades y los logros de vivir en el siglo XXI, el siglo de mayor libertad para el género humano, el siglo en que prácticamente han desaparecido los grilletes y las cadenas de hierro. Sin embargo, hay una esclavitud más peligrosa por honda, estéril, letal y sutil: la esclavitud de la mente y del alma, frente a la cual, el "invidente del alma" no ve su progresiva y sutil destrucción, porque le resulta más cómodo creer que "todo está bien". Vivimos sin darnos cuenta que nos movemos en un cementerio de "zombies existenciales", es decir, de muertos vivientes que están aterrados de explorar en las profundidades de su propia existencia, por temor a descubrirse a sí mismos, ya no digamos para enfrentarse a su esencia, sino a lo más elemental, como son sus planes, afectos, miedos, anhelos y relaciones interpersonales. Lo peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad. Anthony De Mello La cita anterior nos recuerda los peligros del sueño existencial, pero en especial el caso de aquel que, creyendo estar despierto existencialmente, no se plantea siquiera la alternativa de darse cuenta de sus posibilidades y responsabilidades y de actuar de conformidad con ellas. Si en la teoría y la práctica de algún concepto se han resentido los estragos de semejante modelo de vida, ése ha sido el caso de la libertad, en cuyo nombre los seres humanos hemos cometido las peores atrocidades.

{ Sabes tú lo que es Zombie Walkes una crítica a la sociedad, a la deshumanización y pérdida de valores. En Wall Street lo emplean en protesta a las condiciones sociales }



Al amparo de la libertad nos hemos valido, consciente o inconscientemente, de su hermano bastardo, el libertinaje, para vivir de acuerdo con modelos alienantes, masificantes y desintegradores, como nunca en toda la historia de la humanidad, pero con el agravante de que creemos, por si fuera poco, que estamos haciendo lo correcto. Insistimos, el mayor peligro que enfrentamos es que ahora los enemigos del ser humano son más seductores, ambiguos, subliminales y engañosos que nunca y, en consecuencia, más difíciles de enfrentar. Y es que ahora se disfrazan de aliados y amigos, sus nombres son irresponsabilidad, relativismo, hedonismo y pragmatismo. Hoy por hoy, las conquistas y el colonialismo no necesitan valerse de ejércitos ni guerras, para eso existen aliados más sutiles e imperceptibles, como son los medios en todas sus modalidades: televisión, cine, radio, prensa, moda, etcétera.

Algo nos duele, nos lastima, nos parte, pero no sabemos de dónde viene el dolor. Ante la impotencia y el desconcierto, respondemos con violencia, dirigiendo esa furia, sin darnos cuenta, a nuestro prójimo, es decir, a los más cercanos y, lo más grave, hacia nosotros mismos. Agresión, depresión y adicción son las vías de escape más comunes de la espiral de autodestrucción silenciosa y anónima. Ante esta antropología dominante, debemos desarrollar un nuevo modelo que recupere, para las generaciones futuras, valores absolutos y trascendentes, valiéndonos de formas y medios actuales de transmisión (comunicación) que nos permitan encontrar vías de construcción y no de destrucción del género humano.

Ante esa masa amorfa que constituye la cultura de hoy no debemos ni podemos transigir en los "qué", pero, sin duda, el reto está en redefinir los "cómo", sobre todo aquellos que, habiendo funcionado antes, ahora parecen obsoletos. ¿Qué ha favorecido este contexto social y cultural en el mundo? Sin duda alguna, la globalización que, como indica el escritor mexicano Carlos Fuentes, tiene cosas buenas y malas, de las cuales entre estas últimas destaca, como la más significativa, haber hecho víctima al ser humano de una "explosión de información, pero de una implosión de significados". Sabemos de todo, pero a la vez de nada y, lo más grave, para nada. Ante una masa de personas enterada superficialmente de "todo", con frecuencia se cree que la opinión de la mayoría es título de legitimidad para respaldar cualquier decisión por absurda, irracional e injusta que sea. Por eso resulta tan atinada la descripción de democracia que propone Fernando Savater, cuando dice que "... es el derecho de defender públicamente todas las opiniones, más que tenerlas a todas por igualmente válidas". Las opiniones, dice el filósofo español, valdrán no en función de quien las dice, sino de acuerdo con su fundamentación racional y los argumentos que las sustenten. ¿Imaginan, amigos lectores, la menuda condición que implica el que se pida a las masas adormecidas que fundamenten sus posiciones racional y éticamente, cuando se encuentran inmersas en un contexto de "cultura light"?

Esta "cultura light", menciona Enrique Rojas, produce seres desprovistos de "calorías, proteínas y minerales existenciales y vitales", frente a los cuales, las opciones de tomar conciencia de sí mismos y construirse un código ético sólido se convierten en retos mayúsculos, a tal grado que resulta más fácil negar o descalificar, antes que aceptar y mucho menos enfrentar. Si, como consecuencia de lo anterior, se concluye de manera preliminar que el padecimiento del ser humano posmoderno es la incapacidad de "autodirigirse" consciente y responsablemente (pues se ha perdido a sí mismo), se entenderá por qué nuestro mundo, desde hace algún tiempo, carece de líderes reales y se conforma con pantomimas burdas y patéticas de pseudolíderes o, mejor dicho, antilíderes.

De acuerdo con la sabiduría oriental, nadie puede dirigir a otros si antes no se dirige a sí mismo. Por ello, ha resultado más cómodo para muchos ser guiados en lugar de asumir la responsabilidad y el reto de guiarse primero a sí mismos, para después hacerlo con otros. Sin embargo, quienes están a la cabeza de los grupos humanos, es decir, quienes deben asumir cuanto antes la responsabilidad de generar un liderazgo real, se niegan a pagar el costo que ello implica. Estos jefes, maestros o padres se conforman con seguir ejerciendo un "liderazgo" formal que confunde y molesta a quienes, en vez de ser sus beneficiados, se convierten en víctimas. Aquellos a quienes motive la idea y el reto de ser algún día auténticos líderes o de dotar de significado real a ese liderazgo formal que, por la razón que sea, ya tienen, deben saber que el costo que debe pagar un líder es muy alto e implica un esfuerzo y una dedicación profundos.

Sólo puede aspirar al auténtico liderazgo aquel héroe (mujer u hombre) que esté dispuesto a construirse día a día como mejor persona y que acepte que habrá momentos en que el entorno lo amedrentará, lo desalentará e incluso llegará a descalificarlo — por las buenas o por las malas — para que desista de su intento de ser cada vez un mejor individuo. Por lo anterior, es urgente que quienes están a la cabeza de un grupo u organización se dispongan a hacer frente a enemigos que se esconden, que destruyen con la calumnia y la duda, que destrozan reputaciones protegidos por el anonimato y el rumor, que descalifican la virtud acusándola de cobardía, ridiculez o cerrazón, porque saben que sembrar la duda es más letal que la pólvora, el acero o las balas.



Por eso, todo aspirante a líder tiene que estar dispuesto a ser un héroe, no sustentado en el heroísmo de los dibujos animados, dotado de poderes irreales, imposibles y desproporcionados, sino en el heroísmo de la virtud, del compromiso y del servicio a los demás. Virtud y Servicio que no son ostentación ni ensalzamiento, que no son hipocresía ni incongruencia, que no son fariseísmo ni fundamentalismo, sino que, por el contrario, son sacrificio anónimo, entrega desinteresada, servicio generoso, crecimiento permanente, humildad, disciplina diaria, valor y coraje. En un mundo como el que hemos descrito, vivir de acuerdo con virtudes, más allá de lo acartonado, falso y moralizante que pudiere parecer no es tarea para cualquiera.

Por eso, amigos lectores, no es gratuita nuestra invitación para que aquellos seguidores que se han mantenido como meros espectadores salgan de la sombra, el anonimato, la apatía y el temor, y en un gesto heroico, se atrevan a subir al escenario de un mundo que requiere con urgencia de actores comprometidos con ellos mismos y con los demás en esa magna obra que constituye nuestro mundo. Ser héroe no es algo abstracto, inalcanzable, porque más allá de la fantasía romántica e irreal encarnada por personajes míticos y quijotescos, dentro de cada persona existe la posibilidad y vocación de luchar por un proyecto inspirado en una visión, dirigido por una misión y que se muestre rico en valores y acciones, orientado siempre al servicio de los otros.

Necesitamos con urgencia de héroes, que aunque no posean superpoderes, entiendan su misión en la vida como una oportunidad no sólo para rescatar de lo más hondo de sí mismos sus cualidades y valores más nobles, sino también para ponerlos al servicio de los demás. El heroísmo bien entendido debe ser recuperado en todos los ámbitos: familiar, escolar, empresarial, industrial, comunitario, político y religioso.


Extracto de Siliceo Aguilar Alfonso - Liderazgo El Don De Servicio



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