La Virtud de la Humildad




El alma del hombre siente una irresistible inclinaciĆ³n a alcanzar un elevado ideal, un algo superior y elevado, por eso el hombre aspira a grandezas. Para alcanzar ese ideal existen dos caminos, el de la soberbia, que siguieron los Ć”ngeles rebeldes, AdĆ”n, algunos filĆ³sofos paganos, y tantos y tantĆ­simos hombres, que cayeron en un estado miserable por dejarse arrastrar por el orgullo, comidos por la ambiciĆ³n de elevarse sobre los demĆ”s; y el de la humildad, por el que el hombre, como MarĆ­a y como Cristo, es ensalzado por Dios: "Porque mirĆ³ la humillaciĆ³n de su esclava". "Dios ensalza a los humildes y abate a los soberbios". "El que se humilla serĆ” ensalzado, el que se ensalza, serĆ” abatido"

Fundamentos

Los fundamentos de la humildad son la verdad y la justicia. La gloria de todo lo bueno que tiene el hombre, pertenece a Dios. AsĆ­ dice San Bernardo: "Con un conocimiento verdaderĆ­simo de sĆ­ el hombre se desprecia a sĆ­ mismo".

Pero la humildad no viene a negar cualidades verdaderas, sino a hacer fructificar los talentos (Mt 25, 14).

«Sed humildes unos con otros» (1 Pe 5). Excelente manera de practicar la humildad se nos ofrece al tener que recibir la correcciĆ³n. Hay que estar abiertos a la correcciĆ³n fraterna. Que se nos puedan decir nuestras faltas sin que nos enfademos ni nos defendamos, sin que tratemos de justificarnos. Agradeciendo la correcciĆ³n como una colaboraciĆ³n que nos prestan para mejorarnos. Quien bien te quiere, llorar te harĆ”. Pero es mĆ”s fĆ”cil que busquemos la compaƱƭa de los que nos adulan con su palabra o con su silencio en el que queremos interpretar su afecto hacia nosotros, su damos la razĆ³n y su dejarnos hacer lo que nosotros pretendemos.

Aprender de todos y manifestar que estamos aprendiendo. Confesar que aquello no lo habĆ­amos entendido hasta hoy. Aceptar nuestra limitaciĆ³n no nos humilla sino que nos ennoblece. Pocas veces se estĆ” dispuesto a querer aparecer como ignorante en una materia y es propio de almas inmaduras querer dar la impresiĆ³n de que se lo saben todo, y de que aquello ellos ya lo sabĆ­an. Y con ello, la sencillez: «Llaneza, muchacho, que toda afectaciĆ³n es mala», dice don Quijote a Sancho. Sencillez en el hablar, sencillez en el escribir, naturalidad en el trato, como en familia, como entre hermanos educados y amantes.

No solo en palabras

Pero la humildad va mĆ”s allĆ” de las palabras. No consiste ciertamente en hacer profesiĆ³n de nuestra inutilidad, quedĆ”ndonos por dentro la conciencia engaƱada por un deseo de no vernos tal y como realmente somos. Humildad ante Dios es un reconocimiento de la realidad de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestros actos. Pero le cuesta a la naturaleza aceptarse tal cual es ansiosa, como estĆ”, de ser mĆ”s de lo que se es.

Para ello y precisamente para ello, hay que empezar partiendo de ese ser y de ese carĆ”cter y de esa condiciĆ³n. Todo lo que no sea descender hasta ese bajo fondo, serĆ” poner parches y no llegar nunca a la eficacia de la evoluciĆ³n del carĆ”cter. Pero para las personas orgullosas por pasiĆ³n dominante, es extremadamente difĆ­cil la correcciĆ³n. RazĆ³n de mĆ”s para que acepten la humillaciĆ³n.

Reparar

CarĆ”cter altivo, genio fuerte, temperamento violento. Fallan. Caen. Se dan cuenta, cuando se dan, segĆŗn la conciencia mĆ”s o menos afinada, segĆŗn el talento con exigencia de matizar y delicadeza.

Quieren arreglarlo. Se lo pide su conciencia y no viven en paz, ni pueden llevar presencia de Dios, ni pueden hacer oraciĆ³n.

Y llega el momento de la gracia. Y desean de veras arreglarlo. Pero desean arreglarlo, es decir, deshacer el entuerto, con el mĆ­nimo esfuerzo. PondrĆ”n una sonrisa. DirigirĆ”n la palabra suavizada. DirĆ”n algo que pueda poner vaselina al chirriante arranque de genio... Pero no les vale. Porque se puede tratar de su formaciĆ³n. Y eso no serĆ­a formaciĆ³n, porque dejarĆ­a el mismo mal, pero encubierto. PodrĆ­a servir para una polĆ­tica de convivencia frĆ­a y aparentemente pacĆ­fica. Pero no sirve para la virtud.

Para la virtud, para adquirir la verdadera humildad, es necesaria una reparaciĆ³n clara. Una confesiĆ³n sincera. Un reconocimiento de ese carĆ”cter. Mira, perdona, yo soy el primero en lamentarlo. Y no quiero ser asĆ­. Pero no puedo. Has de ayudarme. Un reconocimiento sencillo y humilde glorifica mĆ”s a Dios y restablece la armonĆ­a social, y la eleva a mayor altura que la que tenĆ­a antes del destemplado arranque de genio. A eso hay que llegar. No debe el hombre creer fĆ”cilmente que es mejor de lo que es. Ni debe tener miedo de reconocer su limitaciĆ³n: A veces es sĆ³lo eso lo que hace falta. Que Ć©l lo vea. Y lo manifieste con llaneza. GanarĆ” mĆ”s puntos. Y se harĆ” amable a Dios ya los hombres.

Conocimiento propio

Para conseguir esta virtud, tan rara en el mundo, donde abunda la soberbia de la vida, es indispensable que se reflexione a menudo en lo que somos en el orden natural y en el sobrenatural. En aquƩl, miseria, ceniza, nada.

Esta humildad transformarĆ” nuestras relaciones sociales al hacemos mĆ”s comprensivos con los defectos de nuestro prĆ³jimo si pensamos que Dios nos ha perdonado tanto a nosotros (Mt 18,21-34). Esta humildad no nos dejarĆ” ver la paja en el ojo ajeno sino que nos centrarĆ” en la viga que tenemos atravesada en el nuestro (Mt 7,3). El reconocimiento verdaderĆ­simo de nuestra vida conseguirĆ” que nos veamos despreciables y viles a nuestros propios ojos. Esto nos llevarĆ” a confiar en Dios y a orar siempre para que fortalezca nuestra debilidad.

La humildad es tambiƩn para hoy

Pero hoy ocurre que se da la impresiĆ³n de que la virtud de la humildad ya no es de este tiempo. ¡CuĆ”ntas asambleas, reuniones, conciliĆ”bulos, convocados, por otra parte, en el nombre de Cristo, han fallado por su base y han hecho daƱo y lo siguen haciendo, por la falta de humildad!...

VICIOS CONTRARIOS

La soberbia
Santo TomĆ”s estudia la soberbia en la cuestiĆ³n 162, de la 2-2 y la define como el pecado opuesto a la humildad. Consiste la soberbia en el desordenado apetito de la propia excelencia.

RaĆ­z y consecuencias

La soberbia hace al hombre exclusivista y ambicioso de todo el brillo para Ć©l. Ɖl es el que se condecora con todas las medallas. Con el fin de sobresalir, ambiciona los primeros puestos, el mando, el dinero, las novedades y las modas. Desea ser preferido y busca las alabanzas. Y que nadie ose hacerle sombra, pues Ć©l ha de ser siempre el primero en todo por encima de todo. De ahĆ­ que Santo TomĆ”s afirme que mĆ”s que pecado capital es raĆ­z y madre de todos los pecados, incluso de los capitales.

MĆŗltiples formas

El deseo desordenado de la propia excelencia, con que define Santo TomĆ”s a la soberbia, se manifiesta en multitud de formas, a saber, se glorĆ­a de los bienes naturales o sobrenaturales como si procedieran de sĆ­ mismo y no de Dios y se aleja de Dios (Eclo 10,14). El fariseo en su oraciĆ³n no pone a Dios como autor de sus bienes: "Yo no soy como los demĆ”s”... "Si en el mundo hay dos justos, somos mi hijo y yo; y si no hay mĆ”s que uno, ese soy yo... Lucifer profiriĆ³ el "non serviam”... Se vanagloria de sus bienes como debidos a sus mĆ©ritos. La oraciĆ³n del fariseo es la de un acreedor de Dios, que obra por su cuenta y puede exigirle el premio a sus mĆ©ritos.

Desean ser preferidos y buscados, hacen cosas para que se vean y... asisten a cualquier manifestaciĆ³n en primera lĆ­nea... Todo lo encaminan a sobresalir, a que les hagan la foto, para que digan: "fĆ­jate en Ć©se”. Se comparan con los el pecadores y no con Dios. Desprecian a los demĆ”s, se creen los Ćŗnicos irreprochables y justos. SĆ³lo es bueno lo de ellos.

De la soberbia se derivan la vanidad, que alardea delante de los demĆ”s de lo que tiene y a veces de lo que no tiene; la presunciĆ³n, el desprecio del prĆ³jimo que conduce a la altanerĆ­a, a la propensiĆ³n a juzgar y a injuriar y a hacer a los demĆ”s objeto de burlas, humillaciones y vejaciones.

Hijas de la soberbia



De la soberbia nacen tambiĆ©n la envidia, los rencores y la venganza, el desprecio, la jactancia y la vanagloria. La soberbia en el pecado lleva la penitencia porque hace desgraciados e infelices a los que la fomentan. Cada Ć©xito de los demĆ”s es un suplicio para los soberbios. Toda alabanza que se les dedica les parece pequeƱa. La soberbia hace al hombre juguete del demonio. La pequeƱa tendencia orgullosa de hoy, se convertirĆ” maƱana en insubordinaciĆ³n; y mĆ”s tarde en herejĆ­a.

La soberbia, ante Dios, priva al cristiano de mĆ©ritos; ante los hombres cosecha el desprecio; porque si hay compasiĆ³n para el desgraciado y excusa para el pecador, no se soporta al soberbio que resulta cada vez mĆ”s antipĆ”tico y se ve crecientemente mĆ”s y mĆ”s aislado, despreciable. El orgulloso parece segregado de la sociedad. Nadie le quiere; nadie le acompaƱa...La soberbia hace desgraciados e infelices. Se tolera al pecador, pero no se soporta al soberbio. Una obra hecha con ostentaciĆ³n es despreciada por todos.

La humillaciĆ³n de la soberbia

El que se ensalza serĆ” humillado (Lc 18, 14). A principios del siglo XX, el trasatlĆ”ntico mĆ”s grande y lujoso del mundo va a hacer su primera travesĆ­a. A bordo, confiados en la seguridad del barco, una multitud de gente entregada al baile, a la orgĆ­a, al desenfreno... v un capitĆ”n que en su orgullo y soberbia hace poner este letrero en el costado del buque: “Contra mĆ­, ni Dios”. A las pocas horas, un iceberg partĆ­a al Titanic por medio hundiĆ©ndose con toda la tripulaciĆ³n. Esta historia se repite a cada instante: no con barcos, pero sĆ­ con personas. Personas que llevan en su vida, en su pensamiento, ese mismo letrero: "contra mĆ­, ni Dios, y a las pocas horas, pocos aƱos, son un puƱado de ceniza.


Remedios contra la soberbia.

Conocimiento propio.¿QuĆ© tenĆ©is que no hayĆ”is recibido? Pedir a Dios, humilde y fervientemente, que nos enseƱe el camino de la humildad, que es el camino de la verdad. Que nos muestre nuestros grandes pecados. Que el rayo de su gracia disipe la oscuridad de las tinieblas. Tratar de valorar lo bueno en los demĆ”s e imitarlo. Meditar la vida y doctrina de JesĆŗs, manso y humilde de corazĆ³n, que nos ha dicho que «el que se ensalza serĆ” humillado», y que de los dos que subieron a orar al Templo, uno solo bajĆ³ justificado porque solamente uno era humilde de corazĆ³n.


Humildad: La virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo solo tiene la nada y el pecado. Todo es un don de Dios de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros tesoros. No estĆ” en competencia. Se ve a sĆ­ mismo y al prĆ³jimo ante Dios. Es asĆ­ libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio sin desviarse en juicios que no le pertenecen.

La humildad no solo se opone al orgullo sino tambiĆ©n a la auto abyecciĆ³n (auto humillaciĆ³n) en la que se dejarĆ­a de reconocer los dones de Dios y la responsabilidad de ejercitarlos segĆŗn su voluntad.

"La humildad es la verdad" -Santa Teresa de Avila.
El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es mĆ”s humilde crece una visiĆ³n mĆ”s correcta de la realidad.

El hombre humilde, cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque le duela. El soberbio al no aceptar, o no ver, ese defecto no puede corregirlo, y se queda con Ć©l. El soberbio no se conoce o se conoce mal.

Los grados de la humildad:
1 conocerse, 2 aceptarse, 3 olvido de si, 4 darse.

1 Conocerse. Primer paso: conocer la verdad de uno mismo.
Ya los griegos antiguos ponĆ­an como una gran meta el aforismo: "ConĆ³cete a ti mismo". La Biblia dice a este respecto que es necesaria la humildad para ser sabios: Donde hay humildad hay sabidurĆ­a. Sin humildad no hay conocimiento de sĆ­ mismo y, por tanto, falta la sabidurĆ­a.

Es difĆ­cil conocerse. La soberbia, que siempre estĆ” presente dentro del hombre, ensombrece la conciencia, embellece los defectos propios, busca justificaciones a los fallos y a los pecados. No es infrecuente que, ante un hecho, claramente malo, el orgullo se niegue a aceptar que aquella acciĆ³n haya sido real, y se llega a pensar: "no puedo haberlo hecho", o bien "no es malo lo que hice", o incluso "la culpa es de los demĆ”s".
Para superar: examen de conciencia honesto. Para ello: primero pedir luz al Espƭritu Santo, y despuƩs mirar ordenadamente los hechos vividos, los hƔbitos o costumbres que se han enraizado mƔs en la propia vida - pereza o laboriosidad, sensualidad o sobriedad, envidia...

2 Aceptarse. Una vez se ha conseguido un conocimiento propio mĆ”s o menos profundo viene el segundo escalĆ³n de la humildad: aceptar la propia realidad. Resulta difĆ­cil porque la soberbia se rebela cuando la realidad es fea o defectuosa.

Aceptarse no es lo mismo que resignarse. Si se acepta con humildad un defecto, error, limitaciĆ³n, o pecado, se sabe contra quĆ© luchar y se hace posible la victoria. Ya no se camina a ciegas sino que se conoce al enemigo. Pero si no se acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer su enfermedad: no podrĆ” curarse. Pero si se sabe que hay cura, se puede cooperar con los mĆ©dicos para mejorar. Hay defectos que podemos superar y hay lĆ­mites naturales que debemos saber aceptar.

Dentro de los hĆ”bitos o costumbres, a los buenos se les llama virtudes por la fuerza que dan a los buenos deseos; a los malos los llamamos vicios, e inclinan al mal con mĆ”s o menos fuerza segĆŗn la profundidad de sus raĆ­ces en el actuar humano. Es Ćŗtil buscar el defecto dominante para poder evitar las peores inclinaciones con mĆ”s eficacia. TambiĆ©n conviene conocer las cualidades mejores que se poseen, no para envanecerse, sino para dar gracias a Dios, ser optimista y desarrollar las buenas tendencias y virtudes.

Es distinto un pecado, de un error o una limitaciĆ³n, y conviene distinguirlos. Un pecado es un acto libre contra la ley de Dios. Si es habitual se convierte en vicio, requiriendo su desarraigo, un tratamiento fuerte y constante. Para borrar un pecado basta con el arrepiento y el propĆ³sito de enmienda unidos a la absoluciĆ³n sacramental si es un pecado mortal y con acto de contriciĆ³n si es venial. El vicio en cambio necesita mucha constancia en aplicar el remedio pues tiende a reproducir nuevos pecados.

Los errores son mĆ”s fĆ”ciles de superar porque suelen ser involuntarios. Una vez descubiertos se pone el remedio y las cosas vuelven al cauce de la verdad. Si el defecto es una limitaciĆ³n, no es pecado, como no lo es ser poco inteligente o poco dotado para el arte. Pero sin humildad no se aceptan las propias limitaciones. El que no acepta las propias limitaciones se expone a hacer el ridĆ­culo, por ejemplo, hablando de lo que no sabe o alardeando de lo que no tiene.

Vive segĆŗn tu conciencia o acabarĆ”s pensando como vives. Es decir, si tu vida no es fiel a tu propia conciencia, acabarĆ”s cegando tu conciencia con teorĆ­as justificadoras.

3 Olvido de sĆ­. El orgullo y la soberbia llevan a que el pensamiento y la imaginaciĆ³n giren en torno al propio yo. Muy pocos llegan a este nivel. La mayorĆ­a de la gente vive pensando en si mismo, "dĆ”ndole vuelta" a sus problemas. El pensar demasiado en uno mismo es compatible con saberse poca cosa, ya que el problema consiste en que se encuentra un cierto gusto incluso en la lamentaciĆ³n de los propios problemas.

El olvido de sĆ­ no es lo mismo que indiferencia ante los problemas. Se trata mĆ”s bien de superar el pensar demasiado en uno mismo. En la medida en que se consigue el olvido de sĆ­, se consigue tambiĆ©n la paz y alegrĆ­a. Es lĆ³gico que sea asĆ­, pues la mayorĆ­a de las preocupaciones provienen de conceder demasiada importancia a los problemas, tanto cuando son reales como cuando son imaginarios. El que consigue el olvido de sĆ­ estĆ” en el polo opuesto del egoĆ­sta, que continuamente esta pendiente de lo que le gusta o le disgusta. Se puede decir que ha conseguido un grado aceptable de humildad. El olvido de sĆ­ conduce a un santo abandono que consiste en una despreocupaciĆ³n responsable. Las cosas que ocurren -tristes o alegres- ya no preocupan, solo ocupan.

4 -Darse. Este es el grado mĆ”s alto de la humildad, porque mĆ”s que superar cosas malas se trata de vivir la caridad, es decir, vivir de amor. Si se han ido subiendo los escalones anteriores, ha mejorado el conocimiento propio, la aceptaciĆ³n de la realidad y la superaciĆ³n del yo como eje de todos los pensamientos e imaginaciones. Si se mata el egoĆ­smo se puede vivir el amor, porque o el amor mata al egoĆ­smo o el egoĆ­smo mata al amor.

En este nivel la humildad y la caridad llevan una a la otra. Una persona humilde al librarse de las alucinaciones de la soberbia ya es capaz de querer a los demĆ”s por sĆ­ mismos, y no sĆ³lo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos.

La caridad es amor que recibimos de Dios y damos a Dios. Dios se convierte en el interlocutor de un diƔlogo diƔfano y limpio que serƭa imposible para el orgulloso ya que no sabe querer y ademƔs no sabe dejarse querer. Al crecer la humildad la mirada es mƔs clara y se advierte mƔs en toda su riqueza la Bondad y la Belleza divinas.
Dios se deleita en los humildes y derrama en ellos sus gracias y dones con abundancia bien recibida. El humilde se convierte en la buena tierra que da fruto al recibir la semilla divina.

La falta de humildad se muestra en la susceptibilidad, quiere ser el centro de la atenciĆ³n en las conversaciones, le molesta en extremo que a otra la aprecien mĆ”s que a ella, se siente desplazada si no la atienden.

Con todo, la virtud de la humildad no consiste sĆ³lo en rechazar los movimientos de la soberbia, del egoĆ­smo y del orgullo. De hecho, ni JesĆŗs ni su SantĆ­sima Madre experimentaron movimiento alguno de soberbia y, sin embargo, tuvieron la virtud de la humildad en grado sumo. La palabra humildad tiene su origen en la latina humus, tierra; humilde, en su etimologĆ­a, significa inclinado hacia la tierra; la virtud de la humildad consiste en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las criaturas (6). En la prĆ”ctica, nos lleva a reconocer nuestra inferioridad, nuestra pequeƱez e indigencia ante Dios. Los santos sienten una alegrĆ­a muy grande en anonadarse delante de Dios y en reconocer QUE SƓLO ƉL ES GRANDE, y que en comparaciĆ³n con la suya, todas las grandezas humanas estĆ”n vacĆ­as y no son sino mentira.

¿CĆ³mo he de llegar a la humildad? Por la gracia de Dios. Solamente la gracia de Dios puede darnos la visiĆ³n clara de nuestra propia condiciĆ³n y la conciencia de su grandeza que origina la humildad. Por eso hemos de desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que con esta virtud amaremos a Dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de nuestras flaquezas...

Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas porque su vida esta en Dios.

Arrogancia
¿Quien como Dios?

La tentaciĆ³n de creernos dioses es fatal. Ante la arrogancia de SatanĆ”s, San Miguel exclamĆ³: "¿Quien como Dios?".

"No te engaƱes, de Dios nadie se burla, por que todo lo que el hombre sembrare, esto tambiƩn cosechara". GƔlatas 6,7

EL TITANIC: Fue en su tiempo el mayor barco de pasajeros. Al emprender su primer viaje, un periodista preguntĆ³ al constructor: "¿Que usted tiene que decir en cuestiones de seguridad de su navĆ­o?". La respuesta: "Ni Dios si quisiera podrĆ­a hundirlo". En ese primer viaje naufragĆ³. Tan seguros estaban que no tomaron las precauciones debidas y murieron muchos inocentes.

Una persona que personifique la humildad harĆ” el esfuerzo de escuchar y de aceptar a los demĆ”s. Cuanto mĆ”s acepte a los demĆ”s, mĆ”s se tendrĆ” a esa persona en gran estima y mĆ”s se la escucharĆ”. Una palabra dicha con humildad tiene el significado de mil palabras.

La humildad se encuentra en un vasto ocĆ©ano de aguas tranquilas que fluyen en la profundidad. En lo profundo yace la autoestima. Al principio, adentrarse en el ocĆ©ano es como viajar a una zona desconocida de inmensa oscuridad. Pero, asĆ­ como explorar puede llevar a descubrir tesoros enterrados, en la bĆŗsqueda del mundo interior se pueden encontrar joyas enterradas en las profundidades de uno mismo. Y la joya que estĆ” enterrada en lo mĆ”s profundo, la que mĆ”s brilla y mĆ”s luz da es la humildad. Sus rayos penetran en los momentos mĆ”s oscuros. Elimina el miedo, la inseguridad y abre a la persona a las verdades universales.

Ser un depositario

Humildad es aceptar los principios naturales que no se pueden controlar. Todo lo que tenemos, desde el cuerpo con el que hemos nacido hasta las posesiones mĆ”s preciadas, se hereda. Por lo tanto, se vuelve un imperativo moral el utilizar estos recursos de forma valiosa y benevolente. La conciencia de ser un depositario de tales recursos ilimitados y atemporales toca la esencia del alma humana y la despierta para darse cuenta de que, asĆ­ como en el momento de nacer se heredaron esos recursos, en el momento de morir se tendrĆ”n que abandonar. En la muerte, todo lo que acompaƱarĆ” a la persona serĆ”n las impresiones de cĆ³mo se usaron esos recursos junto con la sabidurĆ­a de ser y de vivir como un depositario.

La conciencia de ser un depositario eleva la autoestima y realza las mĆŗltiples relaciones diferentes encontradas a lo largo de la vida. Le lleva a uno a un estado de reflexiĆ³n silenciosa, invitĆ”ndole a tomarse un tiempo para sĆ­ mismo y a mirar la vida desde una perspectiva diferente. El reconocimiento de ser un depositario hace que la persona busque la renovaciĆ³n de las relaciones con el propio ser y con el mundo.

Eliminar el “yo” y el “mĆ­o”

Humildad es dejar hacer y dejar ser. La piedra del conflicto yace en la conciencia del “yo” y del “mĆ­o” y la posesividad: de un rol, de una actividad, de un objeto, de una persona, incluso del cuerpo. ParadĆ³jicamente, esta conciencia le hace perder a uno aquello a lo que quiere agarrarse y, especialmente, le hace perder lo mĆ”s significativo, los valores universales que dan valor y sentido a la vida. La humildad elimina la posesividad y la visiĆ³n limitada que crean lĆ­mites fĆ­sicos, intelectuales y emocionales. Estas limitaciones destruyen la autoestima y levantan muros de arrogancia y de orgullo que distancian a las personas. La humildad actĆŗa suavemente en las fisuras, permitiendo el acercamiento.

Todo el mundo se “reverencia” ante una persona que posee la virtud de la humildad, ya que todos se reverencian ante los que se han reverenciado primero. Por tanto, el signo de la grandeza es la humildad. La humildad permite a la persona ser digna de confianza, flexible y adaptable. En la medida en que uno se vuelve humilde, adquiere grandeza en el corazĆ³n de los demĆ”s. Quien es la personificaciĆ³n de la humildad harĆ” el esfuerzo de escuchar y aceptar a los demĆ”s. Cuanto mĆ”s acepte a los demĆ”s, mĆ”s se le valorarĆ” y mĆ”s se le escucharĆ”. La humildad automĆ”ticamente le hace a uno merecedor de alabanzas.

La llamada a servir

El Ʃxito en el servicio a los demƔs proviene de la humildad. Cuanto mayor sea la humildad, mayor el logro. No puede haber beneficio para el mundo sin humildad. El servicio se lleva a cabo de la mejor manera cuando 1) nos consideramos un depositario o instrumento y 2) cuando damos el primer paso para aceptar a otro que es diferente.

Una persona humilde puede adaptarse a todos los ambientes, por extraƱos o negativos que Ć©stos sean. HabrĆ” humildad en la actitud, en la visiĆ³n, en las palabras y en las relaciones. La persona humilde nunca dirĆ”: “no era mi intenciĆ³n decirlo, pero simplemente surgieron las palabras”. SegĆŗn sea la actitud, asĆ­ serĆ” la visiĆ³n; segĆŗn sea la visiĆ³n, las palabras reflejarĆ”n eso y los tres aspectos combinados asegurarĆ”n la calidad de las interacciones. La mera presencia de una persona humilde crea un ambiente atractivo, cordial y confortable. Sus palabras estĆ”n llenas de esencia, poder y las expresa con buenos modales.

Una persona humilde puede hacer desaparecer la ira de otra con unas pocas palabras. Una palabra dicha con humildad tiene el significado de mil palabras.

En las altas mareas de las interrelaciones humanas, la humildad es el faro de luz que emite seƱales sobre lo que nos espera a lo lejos. Para captar estas seƱales, la pantalla de la mente y del intelecto debe estar limpia. La humildad proporciona la capacidad de percibir situaciones, discernir las causas de los obstĆ”culos y las dificultades asĆ­ como de permanecer en silencio. Cuando uno debe expresar una opiniĆ³n lo hace con la mente abierta y con el reconocimiento de las particularidades, la fortaleza y la sensibilidad de uno mismo y de los demĆ”s.

La humildad, al igual que el concepto de ser un depositario, abarca nuestra relaciĆ³n con la naturaleza y nos obliga a no transgredir las leyes naturales. La naturaleza proporciona tanta vida como un cordĆ³n umbilical. Explotar con arrogancia el hĆ”bitat natural y daƱarlo es poner en peligro a toda la familia humana. Humildad es interiorizar los principios naturales en la conducta personal, en las relaciones y en otros aspectos del desarrollo humano. Sin humildad no podemos crear sociedades civiles ni servir al mundo de manera benevolente.

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